by Isabela Snow
Cuando salgo del autobús con el bolso donde están mis esquís, botas y bastones, puedo sentir el frío en mis mejillas y el comienzo de un cosquilleo en mis dedos, aunque llevo dos pares de guantes. Siempre me da gracia venir aquí porque realmente captura la energía de Minnesota: los lagos, las personas con costumbres escandinavas, el Gran Bosque al lado de la pradera y las palabras you betcha y ope. En el estacionamiento hay Subarus verdes, grises, azules y a veces unos Teslas que tienen más barro de lo que se esperaría de un dueño de un Tesla. Camino hacia el chalet con mis amigas. La madera beige y pintura descascarada me recuerda a los años noventa, a pesar de ni siquiera haberlos vivido. Nuestras botas pisan a coro como si perteneciéramos a un grupo de baile de tap.
Mientras vuelo por los caminos en mis esquís, de fondo, trato de enfocarme en la manera en que la nieve se balancea sobre las ramitas de los árboles que se curvan hacia adentro del camino, como si estuvieran corriendo del diablo que acecha en el bosque. Mientras escalo las colinas (aunque solamente son colinas de Minnesota, que ni se acercan a las montañas de Colorado o los Alpes), trato de pensar en las casas aburridas y “copypaste” que veo en el horizonte. Trato de pensar en cómo ese hombre viejo, con sus esquís de madera, ochenteros, personifica el estereotipo de “Minnesota Nice” porque siempre te dejará ir adelante. Trato de pensar en las marcas, de varios tamaños, que dejan los esquís en la nieve, porque todos van a su propia velocidad. Trato de pensar en las sombras que se crean en el reflejo de las luces y que vienen cada tantos pies (no sé la distancia exacta, pero una vez conté y me tardé quince segundos en ir de una a otra). Por supuesto que no tengo tiempo para visualizar la carrera: “dos vueltas es igual a cinco kilómetros y cuando llegas a La Pared mental, es fácil, sólo necesitas empujar y llegarás al final del túnel de dolor y sufrimiento”. Al menos eso es lo que dice el entrenador. Obviamente no puedo pensar en cómo seis de mis compañeras me acaban de rebasar.
En el autobús oscuro de vuelta a la escuela, el aire es pesado, cargado de agotamiento, adornado con charlas suaves sobre nuestras ansiedades acerca de la universidad o de nuestras opiniones acerca de un chisme nuevo. A veces, solo apoyo mi cabeza contra la ventana y dejo que la condensación congelada y el zumbido suave del bus me envuelva. Movimiento y silencio. Inmovilidad y ruido atronador.
Cuando era pequeña, mi hermanita despertaba todas las mañanas cantando con los pajaritos recién de vuelta de sus vacaciones de invierno (siempre desafinada, causa de mucha irritación) y cacareando con los gallos metafóricos (solo metafóricos a causa del asunto muy triste de que nuestra ciudad no nos dejó tener gallinas en nuestro patio). La mañana del accidente solo escuché los gritos y sollozos de mi hermanita, un movimiento drástico en una canción de tonalidad menor. Lucy no podía entender que Mamá solo necesitaba cuidar a Tío por unas semanas. Para ella, era como si alguien hubiera borrado, girado y garabateado sobre su mundo entero. Y entonces yo necesitaba ser la compositora de su nueva canción. Era mi responsabilidad no perder la melodía.
Papá dijo, “vengan, niñas, vamos a dar un paseo”.
En la orilla del lago vimos los últimos rastros de nieve, ya un gris deprimente después de semanas de acumulación de tierra y polvo que trajo el viento. Vimos a la mamá colimbo y sus crías siguiéndola debajo del puente de madera vieja. Vimos el baile del viento sobre las olas, siempre cambiando y encontrando un nuevo balance y patrón.
Algunas semanas puedo recordar mis sueños. Nunca puedo moverme. Estoy en la clase de baile después de años de no bailar y la emoción de encontrar de nuevo una manera de expresarme me llena de alegría. Pero hay piedras sobre mis pies, pesas del gimnasio sobre mis piernas, bolsas de arena en mis brazos y peso en mi mente. Otras veces, alguien me está persiguiendo. Evalúo mis opciones de escape: puedo hacer uso de mi nivel experto de parkour para saltar por encima de La Pared y después correr por los techos de la ciudad o correr a la derecha donde puedo perderme entre la gente. Pero otra vez no puedo levantar ni mis dedos. Es como si mi titiritero hubiera dejado su trabajo para tomar un descanso y luego un baño. Solo puedo esconderme. Quizás estas pesadillas signifiquen algo. O quizás solo estoy tratando de vivir mi sueño infantil de ser una espía como en las películas de James Bond.
Diez años han pasado desde el accidente. Veo el peso que produce en mis padres, en su relación y en su felicidad. Y tengo miedo de que igualmente no vaya a poder moverme ni ir poco a poco. Están atrapados en un ciclo sin fin y he entrado yo. La canción ya se convirtió en un zumbido constante, como un canto gregoriano o una máquina de ruido blanco para dormir mejor. Pero no duermo mejor. El miedo a no poder moverme me dice que debo ayudar a aliviar el estrés de mis padres y pasar horas ayudando a mi tío. Nada cambia. El miedo me dice que debo pasar prácticamente cada segundo pensando en cómo voy a entrar a una universidad buena sin hacer nada para alcanzar esta meta. Nada cambia. El miedo dice que no puedo llorar, relajarme, reflexionar.
Finalmente, un día, Papá me dijo, “ven, Isabela, vamos a dar un paseo”.
Desde mi banco favorito en Rocky Beach vemos el principio del verde en los árboles al otro lado del lago. Y, si entornas tus ojos, casi parece invierno otra vez. Dos ardillas estuvieron jugando a la mancha alrededor de un árbol de arce, un árbol que parece tan viejo que ha visto las temporadas aparecer e irse sobre el lago más veces de las que puedes contar. El olor de la tierra después de estar cubierta por tantos meses era particularmente fuerte, como si estuviera tratando de liberarse y moverse otra vez. El ritmo de las olas creó una canción llena de paz y movimiento.
Todavía tengo estos sueños. Pero quizás son más difíciles de recordar.
La mañana de la muerte del abuelo, la música de los cuervos contrastaba con la melodía de la primavera. Lucy me miró y me dijo “creo que algo malo está pasando”.
Siempre pensé que la muerte iba a cambiar cosas. Finalmente, el movimiento pasaría, mis padres dejarían el accidente en el pasado, mi mamá se relajaría. Pero no pasó. No sé si importa porque mi papá nos dijo:
“Vengan, chicas, vamos a dar un paseo.”
En las Boundary Waters hay una frontera física entre Minnesota y Canadá. Puedes manejar, caminar, andar en canoa y hasta nadar. Pero también hay otra frontera. Esta frontera es difícil de cruzar, con los pinos densos de varios verdes: verde olivo, verde oscuro, verde con un tinte de gris. En las formaciones de rocas que aparecen en partes del bosque, hay otros diez tonos de verde escondidos en el musgo. Al otro lado de la frontera existe este estado del que todos hablan… uno de paz y tranquilidad y todas estas bobadas sobre las que los millennials que hacen yoga siempre hablan en sus videos de influencers. Quizás este viaje iba a ser aquel en que finalmente pudiera cruzar.
Después de cinco horas en el bus siempre es un alivio respirar el aire fresco del norte, con el olor de los viajeros felices que justo regresaron de sus gran aventuras y de la cabaña de madera del Outfitters. Empezamos nuestra aventura con el par de hermanas en las canoas juntas y Julia con Peter y Lenna. Hay un silencio que se extiende más allá de la falta de contaminación sonora de la ciudad a la que estamos acostumbrados. Como siempre, las gemelas, Carmen y Chloe, son las que lo rompen con su charloteo suave. Como siempre, la canoa con Elise y Riley ya está muy por delante, quedando en evidencia su entrenamiento en varios deportes. Después de solo dos portages, encontramos nuestro sitio de acampar para la noche. Hay una roca larga y lisa a lo largo del lugar. Sigues un caminito para llegar a un claro cubierto con pinocha y un pozo para hacer fuego, en el fondo, las cenizas de los ocupantes previos. Como siempre, Peter y Lenna cocinan la cena (¡hot dogs y pasta con pesto!), sutilmente coqueteando, aunque ya han sido novios por varios años. Como siempre, nosotros preguntamos si podemos ayudar y, como siempre, ellos responden que no porque es su trabajo como nuestros guías. Como siempre, montamos las carpas de manera menos eficaz mientras cantamos y bailamos American Pie, Sweet Dreams, Hamilton y, a veces, Chloe toca su ejecución con la gaita de Scotland the Brave. Como siempre, nos sentamos a comer en los troncos todavía mojados por el rocío de la mañana, tratando de ignorar lo satisfechos que estamos porque necesitamos apegarnos a la regla de Leave No Trace! Como siempre, las siete de nosotras descansamos en nuestras bolsas de dormir y mientras miramos el techo de la carpa y los insectos que han sido atraídos a nuestra luz, hablamos de una forma vulnerable, reservada exclusivamente para las Boundary Waters. Y con el aullido de un colimbo en el fondo, ahí es cuando empiezo a ver la frontera.
Al día siguiente, cuando estamos todos sentados en los troncos bebiendo nuestro chocolate caliente, Peter levanta la vista de su mapa y nos informa que hoy vamos a enfrentar a La Pared. Literalmente etiquetada en el mapa en medio de un portage de doscientas varas, hay una colina muy alta llamada The Wall. Entonces, como todas las otras veces que me he acercado a La Pared, el peso de mis pensamientos resulta especialmente claro. Y mientras escalo La Pared con una canoa en mi espalda, pienso en la manera en que los mosquitos se acumulan en el interior de la canoa, pero también en cómo estoy rápidamente acercándome a mi último año de secundaria, el último año antes de que todo cambie, el último año de mi infancia, el último año viviendo con mi familia, el último año de tener la estabilidad que nos brindan las personas cercanas. Cuando llegamos a la cima, Chloe y yo tomamos un descanso, las dos respirando profundamente y existiendo en un silencio compartido.
Puedo oír la canción de los chickadees, el viento haciendo crujir las hojas de los árboles, el ritmo de mi corazón desacelerando. Puedo ver una línea recta de hormigas trabajadoras cargando una ramita, un círculo de hongos con un tinte anaranjado (unos dicen que esto es señal de magia), una nube esponjosa con la forma de Inglaterra.
Mientras bajamos, un poco más tranquilas ahora, Chloe habla sobre su lucha con la ansiedad. En sus palabras encuentro retazos de entendimiento, nuevas maneras de describir cómo algunas veces siento que hay una muralla desde mis pies hasta unos centímetros más allá de mi cabeza, y pienso que está construida con ladrillos oscuros siguiendo un patrón exacto y lineal.
Al otro lado de La Pared, al otro lado del lago donde empieza Canadá, puedo escuchar el aullido de dos colimbos.
La primera nieve siempre llega en medio de octubre, interrumpiendo los días dorados. A las cuatro de la mañana, los quitanieve vienen por nuestra calle. Una pared de nieve se forma siempre en frente de nuestra casa, la nieve ya mezclada con el marrón y gris de la tierra que no se ha congelado completamente.
Antes de ir a la escuela, salimos de casa con una pala para quitar la nieve. Nuestra Honda Odyssey modelo 2007, con la puerta izquierda que no ha abierto en varios años y las manchas de arándano que quedan de nuestros desayunos en el carro, está atrapada.
Cuando regresamos a casa de la escuela, toda la nieve se ha derretido. Parece un día dorado.